Resulta curiosa la traducción al inglés de «Tarde para ira» (2016), la película que recientemente ha triunfado en los premios Goya: “La furia de un hombre paciente”. Y así se podría resumir una de las cualidades de su aclamado director, el novel Raúl Arévalo. “Paciente” porque el actor ha tenido que esperar más de ocho años para poder debutar como director y, sin duda, algo parecido a la “ira” podría considerarse su forma de narrar y contarnos la dura e impactante historia de su debut: un trabajo lleno de energía, autenticidad y cine de puro vértigo que se respira en cada fotograma, en cada inestable plano, en cada mirada y diálogo de los actores y en cada giro de su calculado guion.
Hacer una película en este país es una cuestión de paciencia al igual que lo es escribir un guion y desde este punto de partida, un excelente guion, nace esta sorprendente ópera prima. Este es un punto que no garantiza una gran película, pero estamos de acuerdo en que raramente un mal guion nos traerá una buena película. Arévalo y David Pulido, los guionistas que se han llevado el Goya en esta categoría por su trabajo, han perfeccionado durante años y años una historia que plantea un giro imprevisible cada tercio de película: un robo, un personaje que aparentemente no desea más que amar, una venganza calculada, un tour de force lleno de violencia al más puro estilo Peckinpah y un par de giros finales. Arévalo y Pulido nos sitúan en un ambiente de extrarradio puramente cañí, unos personajes que respiran realidad, autenticidad y pasión, y que sitúan la familia ante todo. Este concepto de familia rota y destrozada por una violenta desgracia que acompaña al personaje que interpreta Antonio de la Torre será el germen que desate «la ira» que luce el título de este thriller.
Raúl Arévalo dirige con nervio, fuerza y vigor una puesta en escena que late viva en cada momento, y que te mantiene en alerta continuamente. En cada corte de plano y movimiento brusco de cámara sentimos que el peligro acecha y la violencia está a punto de estallar. Pero cuando hay que detenerse y acercarse a los rostros de los actores, escucharlos de cerca y prácticamente olerlos, también tiene la sabiduría de hacerlo. No sabemos si ese será el estilo de su director en su siguiente película, pero sí sabemos que es el estilo que «Tarde para la ira» necesita. El otro gran punto a favor es, sin duda, el gran trabajo actoral, un trabajo que destaca en la pureza y la sinceridad interpretativa de todos ellos, un salto al vacío que parte de la gestualidad exagerada -a veces- y la verborrea de personajes de los actores Raúl Giménez o Manolo Sólo; o de la contención habitual en los últimos trabajos de Antonio de la Torre. Un contraste de interpretación que lo acerca por momentos a un personaje «polar», un ejecutor similar al Bardem de «No es país para viejos»(Joel y Ethan Coen, 2008). La película, que se mueve en ciertas coordenadas del western tanto en elementos narrativos como en algunos paisajes, bebe de la tradición de la crónica negra de la España profunda que hemos visto en títulos como «La semana del asesino» (Eloy de la Igleisa, 1972), la serie de TVE «La huella del crimen» (producida por Pedro Costa, 1985) y especialmente el Carlos Saura de títulos como «Dispara» (1993) o «El séptimo día» (1995).