¿Existe algo peor que una película mala? Sí, una película mediocre. La mediocridad pasa de puntillas sin dejar huella, se esfuma como el humo y se olvida como un recuerdo intrascendente. Las películas malas también se olvidan, aunque algunas marcan y dejan una sensación de extrañeza, que como en el caso de “The Room” (2003, Tommy Wisseau) va más allá, creando una irresistible atracción hacia el espectador. Una mezcla de incredulidad y fascinación que acaba convirtiendo cada sesión en la que se proyecta en una suerte de liberación grupal de emociones y risas.
La mejor peor película jamás realizada. Así la han catalogado muchos, una adjetivo que parte del libro “The Disaster Artist: My Life Inside The Room; the Greatest Bad Movie Ever Made”, escrita por Greg Sestero, uno de los protagonistas de la película y que ha servido como material para que el polifacético James Franco haya realizado “The Disaster Artist”. La película de Franco relata la historia de Tommy Wisseau, un extraño y misterioso tipo que junto a Greg Sestero, un joven aspirante a actor, deciden viajar a los Ángeles con el sueño de triunfar en Hollywood. Una vez allí, viendo que las oportunidades no llegan, Tommy decide escribir, financiar, interpretar y dirigir con la ayuda de Greg, su propia película, “The Room”. “The Disaster Artist” es un espléndido ejercicio de “metacine” (ficciones sobre el mundo del cine) en forma de “buddy movie” (película de colegas) que nos lleva en un viaje hacia la persecución del sueño de Hollywood y la pasión por el cine. Al igual que en “Ed Wood” (Tim Burton, 1994), que narraba la historia de otro de los
Una película recomendada para cualquiera que le guste el cine y para el que quiera dedicarse al cine. Porque “The Disaster Artist” es mucho mejor que “The Room”, aunque posiblemente no sea más divertida. Y también porque hay mucho que aprender de las dos: de lo que hay que hacer y de lo que no.