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Pocas veces los aficionados al cine se ponen de acuerdo en mostrar tanta admiración, respeto y sentimientos de condolencia por la desaparición de una importante figura de la industria. La muerte de George A. Romero ha desatado una interminable ola de comentarios de afecto y de tristeza por la pérdida de lo que muchos consideran un maestro del cine de terror. Un maestro del género fantástico y el que se considera “padre de los zombies”, un título con el que el mismo Romero no estaba para nada de acuerdo. Las reseñas sobre su muerte dicen que murió acompañado de su mujer e hija y  escuchando la banda sonora compuesta por Max Steiner para “El hombre tranquilo” (John Ford, 1952), su película favorita. Y ese recuerdo es el que se llevan los aficionados al cine de terror, el de un hombre tranquilo que les ha regalado infinidad de momentos terroríficos y momentos de felicidad. A veces es difícil explicar como un creador que da forma a nuestros terrores más profundos puede despertar el cariño y el sentimiento de lazo familiar que la figura del director neoyorquino ha despertado en miles y miles de aficionados. Los que tuvieron la oportunidad de verle y conocerle en su última visita al Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges llevan en su corazón el recuerdo de un hombre afable, cordial, cariñoso, divertido y tierno. Sólo de esa manera, con esa consciencia tan humana del mundo en el que vivimos y en la sociedad en la que luchamos, es posible incorporar a los zombies en nuestras vidas como si de nuestros vecinos se trataran.

Los zombies, un reflejo de la sociedad

El cine de Romero utilizaba las formas del género fantástico y los modos del cine de terror más feroz, en muchas ocasiones llevados al extremo más gore, para hablarnos del mundo, del ser humano y sobre todo de la sociedad en la que vivimos. Un cine contestatario, comprometido no solo políticamente sino a nivel humano, en el que los zombies son un reflejo y un espejo en el que mirarnos, ver nuestras miserias y anhelar nuestros sueños. El experimento de traer los muertos de vuelta a la tierra, además de brindarnos una saga de seis filmes sobre el tema -y de la que todos esperábamos una siguiente entrega- ha creado escuela y huella en nuestra cultura popular. Los zombies siguen caminando, lenta o rápidamente, en infinidad de películas, series, comics y paseos en festivales de cine. Los niños quieren disfrazarse de zombies, las parejas quieren casarse como zombies y las aplicaciones de móviles convierten nuestras dulces caras en putrefactos rostros.

Romero cambió para siempre el cine de terror con su clásico “La noche de los muertos vivientes”(1968) y señaló el camino a muchos cineastas independientes con ganas de explicar historias impactantes y pocos recursos. Lo hizo gracias a una serie de hallazgos estilísticos que, si bien no eran novedosos, se convirtieron en una suerte de revolución formal: hiperrealismo, uso del blanco y negro de una manera dramática, montaje violento, crudeza visual, uso de la violencia como elemento narrativo y la utilización de decorados naturales. Romero transitó por diferentes caminos y con diferente suerte: cine de vampiros y brujería, adaptaciones de escritores como Stephen King y Allan Poe, entre otros, y el documental. Una carrera llena de títulos de culto y una infinita lista de seguidores. El hombre tranquilo descansa mientras los zombies siguen invadiendo la tierra.