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Hace una semana falleció el cineasta norteamericano Jonathan Demme, al que todos asociaremos para siempre como el director de “El silencio de los corderos” (1991) y “Philadelphia” (1993). Pero el director nacido en Nueva York deja un legado mucho más grande, que va más allá de sus 18 películas como realizador: ha rodado películas documentales, documentales musicales, videoclips, series de televisión, tv movies y ha tenido un papel como cronista de más de tres décadas de la mejor música pop y rock norteamericana. Un director rebelde y valiente que ha abordado temas que van desde la política, el racismo, el SIDA, la locura o el alcoholismo, saliendo casi siempre airoso de tales retos.

La carrera de Demme está asociada, al igual que muchos de sus compañeros de generación, de la mano del productor, guionista y director Roger Corman. Corman, un auténtico icono del cine de serie B, auspició bajo su paraguas el nacimiento y descubrimiento de infinidad de grandes talentos surgidos en los finales de los 60 y principios de los 70,
como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Jack Nicholson, Peter Bogdanovich, Joe Dante, John Sayles, James
Cameron o Ron Howard. Curiosamente, muchos de estos directores son considerados claves en la transformación del cine en la década de los 70, pero Demme nunca entró en esta lista, relegado a ser un director de oficio, capaz de llevar a buen puerto, no exento de talento, pero no con la personalidad autoral o estética que el resto de sus compañeros de generación.

Demme comenzó como su carrera como guionista en películas de bajísimo presupuesto de la factoría Corman como “Angels Hard as They Come” (1971) o “The Hot Box” (1972). Cintas de acción, moteros con violencia, desnudos y algo de sexo, muchas de ellas filmadas en Filipinas, al igual que su ópera prima “The Naked Cage” (1974). Su debut se trata de una Wip Film, una película carcelaria con mujeres, un subgénero muy de moda en los setenta y que estaba en la línea de las películas producidas por Corman. Durante los setenta, Demme dirigió varias películas más para Corman; perfilando su estilo, adquiriendo experiencia y sumando figuras a un plantel de actores y técnicos que le acompañaran a lo largo de su carrera.

Su nombre empieza a sonar con el thriller “hitchconiano” “El eslabón del Niágara” (1979), una paranoica y enrevesada intriga en la que trabaja por primera vez con el director de fotografía Tak Fujimoto y que marcará el estilo visual de toda su posterior obra. La década de los ochenta está marcada por dos comedias románticas y alocadas que le sitúan como uno de los directores más prometedores del panorama cinematográfico: la ya convertida en un clásico “Algo salvaje” (1986) y “Casada con todos” (1988), en las que demuestra su capacidad narrativa, su inteligente y sugerente uso de la música y las canciones, y su talento para dirigir actores. Los noventa es su época dorada que arranca con el éxito de “El silencio de los corderos” (1991), un excelente thriller de terror que lo consagra y le brinda el Oscar de la Academia, además de marcar el género de terror, abriendo la veda a títulos claves como ”Seven” (1995). El éxito de las aventuras de sus personajes Clarice y Hannibal Lecter no solamente dispara toda una saga y universo alrededor del doctor caníbal, sino que coloca a Demme en una posición de prestigio que le lleva a dirigir “Filadelfia” (1995), una valiente y arriesgada historia que gira en torno al SIDA y a la homosexualidad como reflejos de una sociedad anquilosada, desconfiada e intolerante que se atrinchera en la moralidad de mirar a otro lado ante los dramas de la humanidad. La valentía de Demme reside en abordar dichos temas en un momento en el que la falta de información y la ignorancia reinan en una sociedad que se niega a afrontar la realidad. El realizador, con su habitual estilo impregnado de resortes de cine de género, se acerca con delicadeza a los personajes, trabajando casi siempre con primeros planos y utilizando una puesta en escena que provoca que casi todos los actores miren a cámara continuamente. De esta manera, el espectador se siente interrogado y siempre en primer lugar de un drama que ha de ser todo menos juzgado.

La valentía de Demme también le llevó a abordar remakes de dos títulos memorables de la historia del cine como “Charada” (1963) o “El mensajero del miedo” (1962) y convertirlas en “La verdad sobre Charlie (2002) y “El mensajero del miedo” (2004), con diferente suerte. De la misma manera, a finales de la década de los 2000 decidió alejarse de Hollywood y centrarse en filmar documentales y películas relacionadas con el mundo de la música. Su otra gran pasión.