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Increíble, asombrosa o fascinante son algunos de los adjetivos que se han utilizado para describir la serie documental de Netflix, “Making a Murderer” (2015, Moria Demos y Laura Ricciardi). Apasionante, impredecible y adictiva son otros calificativos que podríamos añadir a esta serie, que te atrapa y no te deja escapar una vez conectas con su protagonista y la odisea kafkiana de su historia. Lo primero que sorprende de esta serie es su formato. Es cierto que ya hemos visto antes otras series documentales sobre temas criminales como “The Jynx: The Life and Deaths of Robert Durst” (2015, Andrew Jarecki) de la cadena HBO, pero asistir a una historia como la de Steven Avery y saber que los hechos son verídicos le deja a uno estupefacto, indefenso e impotente.

La desgracia de Steven Avery comenzó en 1985 cuando fue injustamente acusado de violar a Penny Beernsteen y condenado a 32 años de prisión. Tras comprobarse su inocencia mediante la prueba de ADN y ser puesto en libertad en 2003, Avery demandó al Departamento de Policía de Manitowoc (Wisconsin) iniciando un litigio para pedir responsabilidades y una compensación económica por los daños recibidos. Pero cuando Steven se ha convertido en un hombre respetado, un ejemplo para la sociedad y making-a-murderer[1]un abanderado de la libertad y la inocencia, el relato sufre un inesperado revés. En 2005 Steven es arrestado nuevamente y condenado por el asesinato de Teresa Halbach. Este es el punto de partida de “Making a Murderer”.

A partir de aquí asistimos a una historia totalmente increíble que deja al descubierto la cara más oscura y miserable de la justicia norteamericana. Corrupción, tráfico de influencias y venganzas personales van cimentando el desarrollo de la trama a la vez que van fabricando al falso culpable perfecto. De villano a héroe, y de héroe a asesino. Si la historia es desquiciada y asombrosa, más asombroso es el hecho de que todo el proceso esté documentado. Esta es una de las grandes contradicciones del documental en sí mismo y de la sociedad que lo permite. Ante el secretismo y el oscurantismo que presiden algunos procesos y casos judiciales que suceden en nuestro país, la aparente transparencia que de forma libre documenta la historia de Avery no hace más que vomitar una realidad que te deja sin aliento y sin respuesta. No parece haber trampa ni cartón, las mentiras y el cinismo campan a sus anchas.

“Making a Murderer” está estructurada como una serie de ficción con fórmulas narrativas que dosifican la información, personajes que desaparecen de la trama, giros inesperados y sorpresas finales. Se trata de un trabajo que comprende más de diez años de rodaje junto a un montaje que tiene como objetivo retenerte capítulo a capítulo. ¿Es posible llegar más lejos? Uno de los aspectos más fascinantes de la serie es ver el minucioso trabajo de los abogados. Al igual que en las buenas películas de juicios como “Veredicto final” (1982, Sidney Lumet), la trama nos introduce en el trabajo diario de uno de los mejores abogados del país y la serie se convierte en un detallado análisis de un profesional que ejerce su trabajo de forma impecable y excepcional.

Empatizamos con Steven Avery, su sobrino y su trágica historia de la misma manera que empatizábamos con Herny Fonda en “Falso culpable” (1956, Alfred Hitchcock) o con Tim Robbins en “Cadena perpetua” (1994, Frank Darabont). No nos gustaría vernos en el pellejo de ninguno de ellos ni tan siquiera por un segundo. Lo más cruel es saber que los protagonistas de esa serie aún esperan que se haga justicia. Y lo más triste de las buenas series que te apasionan y te gustan es que hay un momento en que terminan.